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La irrupción y aceptación de Internet en el día a día de millones de personas ha supuesto nuevos cambios en la sociedad y en el mundo económico y político, y la aceleración de otros que inevitablemente ya se estaban cociendo.

 

Nunca hemos vivido tiempos así. El hecho de poder acceder a una inmensidad de información sobre cualquier asunto supone un gran salto adelante. El conocimiento deja de ser privilegio de unos pocos para pasar a ser opción de una gran mayoría. Quien quiera saber puede saber. En muchos casos basta con sacar el móvil del bolsillo y hacer una búsqueda rápida.

 

¿Y de dónde sale toda esa información? De las personas. Alguien la ha subido a la Red. Una veces obligadamente, para instituciones y entidades públicas o privadas, y otras voluntariamente, como cuando nos damos de alta en páginas web, directorios, redes sociales y profesionales. Otras veces ni una cosa ni otra, como es el caso de quien sale en un grupo y es todo el grupo el que luego, en imagen y/o en palabra, sale en Internet. Da la impresión de que lo que no está en Internet sencillamente no existe para mucha gente.

 

Porque este mundo virtual se alimenta de contenidos: datos de personas, de empresas, de todo tipo de entidades y organizaciones, de conocimiento, de investigaciones y hallazgos, de noticias, de opiniones, … la lista es larga. Lo interesante es que se paga por promocionar el público conocimiento de algunas cosas y a la vez se hacen todos los esfuerzos necesarios para evitar que otras se conozcan. Es el caso de la privacidad de muchas personas que no la desean compartir o se arrepienten de haberlo hecho, o secretos industriales o de estado, o informaciones confidenciales de empresas, cláusulas y acuerdos necesariamente opacos. Pensemos en los terremotos provocados por Wikileaks y las revelaciones de Snowden, por ejemplo, para entender bien el impacto de la revelación de asuntos que se consideraban secretos.

 

De la misma forma que se exigen unos conocimientos mínimos para conducir coches, manejar determinadas máquinas o ejercer ciertas profesiones, es imprescindible saber algo básico de Internet antes de lanzarse alegremente a usarlo. Y en muchos sectores de la economía la formación en un uso seguro de Internet debería ser algo habitual.

 

También y siguiendo en la línea de la educación es imprescindible separar los conceptos “gratuito” e “Internet”. El hecho de que una canción en mp3 o un libro en PDF o ePub no se puedan tocar no quiere decir que no haya un esfuerzo creativo y promocional detrás.

 

En este momento hay un gran hueco entre el nivel de uso de Internet y el de su conocimiento. Es en este espacio donde desde BityLex y otras empresas semejantes pretendemos aportar nuestro esfuerzo para un Internet más respetuoso con las personas, con un uso mucho más informado y con algunas líneas rojas que marquen unos mínimos éticos internacionalmente acordados y respetados.

 

Ahora que el Internet de las Cosas (con sus riesgos) está superando al de las personas, quizá sea bueno ir sentando esas bases que podrían ser una versión evolucionada de las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov.

 

Imagen: Eschipul

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